SOY REBELDE

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así
Porque nadie me ha tratado con amor
Porque nadie me ha querido nunca oír.

Yo soy rebelde porque siempre sin razón
Me negaron todo aquello que pedí
Y me dieron solamente incomprensión.

Así comienza la canción de Jeanette, de la que se cumplen 50 años y que fue himno de protesta de la generación de los años 70. La recuerdo en los vídeos en blanco y negro, con esa cara aniñada, infantil, dulce, sensual, cantando una canción que no gustó nada al franquismo. Ni a los sectores más rígidos del régimen, por supuesto, ni a los tecnócratas del Opus Dei.

La canción de Jeanette tiene ese mensaje implícito de subversivo, de querer cambiar las cosas, porque ni las entiende, ni las comprende. Unas letras cantadas con cierta lascivia e inocencia donde dice estar cansada de un pensamiento único, de las continuas negativas a un aperturismo más que necesario antes de la agónica muerte del dictador.

Contemplo nuevamente a la cantante, en los documentos que ha dejado la videoteca para la historia, y veo la imagen de una juventud con ganas de divertirse, pero de cambiar el régimen político, de tener la posibilidad de expresarse libremente, de reunirse en los prados, disfrutar de la buena música y de alzar la voz por sus derechos, tan atenazados en ese momento.

Movimiento Hippie
Foto de Wendy Wei

Escucho la canción y me pregunto donde está nuestra juventud ahora. Una juventud más lista y preparada que nunca a la que se le tilda de acomodaticia y de navegante en la estulticia del consumismo y los botellones.

Nos asola una crisis como nunca. Con unos precios de pisos disparados al que ningún joven puede acceder, siendo un mercado de especulación de grandes fondos e inversores; unos sueldos irrisorios que no dan, ni trabajando en veinte años, para pagar la simple entrada de dichos pisos; unos consumos eléctricos desorbitados para seguir proporcionando riquezas a los todopoderosos; un gas que dentro de poco dejará de ser un bien de primera necesidad para convertirse en un bien de lujo; y unos precios prohibitivos en los alimentos. Todo ello provocando una inflación de más del 10%.

El panorama es de una juventud sin salida. Una generación que ha sido condenada a vivir de las rentas de sus padres y a la que se le ha puesto el caramelo de los botellones y las fiestas para amansar la fiera. A beber como tontos de baba porque su vida va a pasar sin poder ser independiente ni poder prosperar como debería cualquier joven. Se ha consentido desde las Administraciones reunirlos en un descampado para que ahí lleven sus mezclas de vodka con naranja y Jägermeister, suban el volumen de la radio y bailen, hablen y liguen hasta caer rendidos. Llegar después a casa a las seis de la mañana y dormir la mona, como pasmarotes lobomotizados, que siguen a pies juntillas las directrices ocultas de unos políticos que no saben qué hacer con esa juventud y que, sin duda alguna, pudiera hacer estallar todo por los aires. Jóvenes que pudieran darse cuenta de su situación, tomar conciencia y decir para que coño quiero yo miserias o limosnas de bonos para ir a conciertos, cuando lo que quiero es un piso y un buen trabajo.

Todo ello me hace recordar a Julio Camba, cuando desde la RAE se le ofreció uno de sus sillones y el escritor contestó “para que quiero yo un sillón, cuando lo que necesito es un piso”.

Si. Un piso. Un lugar donde vivir dignamente y un trabajo para salir adelante. Pero parece que eso ahora a nadie le importa. Es comprensible que a los que gobiernan no les interese hablar de ello, pues están muy a gusto en sus despachos, en su ergonómico sillón y autocomplaciéndose con esa famosa frase “España va bien”. Pero para unos más que para otros, que casualmente siempre son los mismos.

La rebeldía ha sido siempre una palabra identificada con la izquierda y la juventud. Con la lucha por los derechos sociales. Por las libertades. Por la igualdad. Desde la revolución francesa hasta nuestros días. O por lo menos hasta hace poco. Una izquierda de alzamientos y conquistas sociales desde el nacimiento en 1903 de la Unión Republicana con Nicolás Salmerón o Alejandro Lerroux, al frente. Con el Partido Reformista entre cuyas filas se encontraban Azaña o el mismísimo Ortega y Gasset. Un socialismo liderado por Pablo Iglesias (el verdadero, el original, y no el sucedáneo de ahora), un verdadero sindicalista, Largo Caballero, dirigente de la UGT, e incluso un anarcosindicalista como Salvador Seguí.

Mujer rebelde en moto
Foto Cottonbro. Mujer rebelde en moto

Pero todo eso ahora, toda esa historia llena de enjundia se ha anestesiado precisamente por culpa de la izquierda. De un movimiento llamado 15-M que generó una serie de ilusiones basándose precisamente en esa necesidad de los jóvenes y que lo único que ha conseguido ha sido volver a apaciguar esa mecha de rebeldía existente en una juventud condenada al olvido. ¿Dónde están ahora los sindicalistas? De mariscada en mariscada. O saliendo con un fular anudado al cuello a juego con sus botines. ¿Dónde está mi izquierda? ¿Dónde están las concentraciones universitarias pidiendo lo que merecen? ¿Dónde están los jóvenes? ¿Acaso han dejado de ser rebeldes? No lo creo. Tan sólo creo que están adormecidos y defraudados.

Sumidos en la desesperanza. En la idea de que todos son iguales. Desengañados de una política que no les ha dado nada. Pero latentes. Para bien o para mal. Una simiente muy, pero que muy peligrosa. Como dijo Goebbels “el fanatismo es la única forma de conseguir que los pobres y los débiles se alcen”.

Esperemos que la rebeldía siga siendo de izquierdas. De la verdadera izquierda y no de los figurines de postín que hoy nos representan.

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