PLATÓN Y LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

Cuando uno menos lo espera la memoria se hace lúcida. Comienza por un pequeño y frágil hilo de un recuerdo, casi borrado del todo por el paso del tiempo, y al darse cuenta ha adquirido la misma fuerza y robustez que esa maroma que ata un barco al muelle del olvido, tejido por múltiples fibras e hilos que, gracias a su unión, se han vuelto irrompibles.

Una imagen: la de una profesora de vestidos sedosos y ligeros, coloridos y floreados. Una mujer de andares apresurados, de un lado a otro de la clase, de entonación ilusionada, subida un grado de tono, al mismo compás que su caminar, con la única intención de mantener la atención de sus alumnos; que sin duda alguna lo ha logrado.

Platón
Platón

Sus ojos rutilantes, resplandecientes, de un verde fosforescente que gracias a la intensidad desprendida y a su inusitado brillo hace concebir, en quien se fija en ellos, que la Filosofía (con mayúsculas) no es, por el contrario de lo que se cree, una materia aburrida y gris, de viejos caducos y solitarios. La Filosofía puede ser como es ella: inquieta, una llama en constante incandescencia, regada con la pólvora del conocimiento y del continuo descubrir. Un eterno preguntarse el por qué y el para qué de nuestra existencia. Es como adentrarse en un mundo que nos traslada de lo tangible y banal a lo inmaterial y espiritual.

Su nombre: Elisa. No lo he olvidado. Hay personas que, aunque pasan por nuestras vidas tan solo unos breves instantes, el sedimento que dejan en nuestra alma se hace tan rocoso como indestructible puede ser la marca grabada a punta de navaja en el corazón de un árbol centenario.

Es curioso lo caprichosa que puede ser la memoria, porque si la imagen de Elisa se ha dibujado en mi mente, con la misma rapidez y maestría que Dalí trazaba en sus lienzos sus oníricas imágenes, ha sido por las tan traídas y llevadas opiniones televisivas sobre la Inteligencia Artificial, o lo que abreviadamente ha quedado en llamarse IA.

Recuerdo a Elisa en una de sus primeras clases de Filosofía, en continuo movimiento mientras nos explicaba el mito de la caverna de Platón. Para quién hubiera perdido la perspectiva de lo estudiado en tiempos de juventud, el mito de la caverna de Platón nos describe varios individuos encadenados en el interior de una cueva que ven solo sombras proyectadas en la pared. Estas sombras, como no puede ser de otra forma, representan una realidad ilusoria y limitada. Cuando uno de los prisioneros es liberado y sale de la caverna se encuentra con la verdadera realidad.

Mito de la caverna de Platón por William Kentridge
Mito de la caverna de Platón por William Kentridge

Llegado a este punto, me atrevo a preguntarle a ChatGPT que me establezca la relación entre el mito de la caverna de Platón y la Inteligencia Artificial, y ni corto ni perezoso me contesta que «la IA tiene el potencial de expandir nuestra comprensión de la realidad. Al igual que los prisioneros de la caverna, nosotros, como seres humanos, a menudo estamos limitados por nuestras propias experiencias, por nuestras propias perspectivas y conocimientos. Además, el mito de la caverna de Platón también puede aludir a que nuestra percepción del mundo está influida por la información que recibimos y cómo la interpretamos».

Es decir que la IA se auto inviste con la medalla de la equidad y la sapiencia, hasta el punto de ser ella la realidad y lo que opinan los seres humanos una imagen proyectada, y por tanto delimitada, de la realidad. La IA se auto coloca en el podio de ese mundo inteligible en el que se encuentra la idea del Bien, representada por el Sol, en el mito de la caverna.

A diferencia de Sócrates, el ChatGPT, ni siquiera «sabe que no sabe nada»; sino que cree tener la mejor respuesta para todo, pero eso sí, utilizando los datos de terceros para su conveniencia.

Es quizá aquí donde se encuentra esa zona de penumbra a la que nos puede llevar la nueva era de la inteligencia artificial que, en lugar de buscar su propia voz, imita a la perfección la de todos los demás. Quién sabe si hasta el punto de creerse que también tiene sentimientos y emociones, con consideraciones plenas, como ese niño robot, David, protagonista de la inolvidable película de Steven Spielberg, A.I. Inteligencia Artificial.

Inteligencia Artificial códigos
Inteligencia Artificial códigos

Pero no nos equivoquemos, aunque sea de humanos. Por muchos neurotransmisores y chips que llegue a tener la IA jamás podrá ser la evidente realidad, ni el Sol, en contra de lo que ella misma se cree. Seguirá siendo siempre la proyección de las sombras porque no tiene la capacidad real de sentir, ni de emocionarse, ni de saber que puede equivocarse, e incluso de saber que no sabe nada. ¿Dónde quedaría para la IA el sentido de la prudencia, de la capacidad de adecuar los principios éticos a casos concretos con la innumerable variable de contextos complejos? Porque la verdad, lejos de lo que cree la IA, como bien dijo alguien, es siempre relativa y no absoluta.

Puede que Goeffrey Hinton, uno de los directivos de Google, el creador de las redes neuronales nos haya alertado ya de los peligros del desarrollo de la IA, hasta el punto de que puede llevarnos al fin de la civilización en cuestión de pocos años, superando las capacidades del cerebro en un plano corto entre los 5 y 20 años. De hecho, dónde quedó ya el ejemplo de ese ordenador Deep Blue, capaz de vencer al ajedrez a cualquier ser humano, ¿verdad?

Pero no será la IA quien lleve a ese catastrófico final del ser humano que apocalípticamente anuncia el directivo de Google. Será el propio ser humano al darle a un ordenador el poder que no tiene ni merece, precisamente porque no tiene la capacidad de sentir, aunque llegue a disimularlo a la perfección, como esos replicantes de Blade Runner.

Me quedo con esa frase de George Orwell en 1984: «quien controla las preguntas, controla las respuestas, y quien controla las respuestas controla la realidad». No se si en un futuro a la IA habrá que tenerla un miedo absurdo y atroz que el propio ser humano ha creado y fomentado, pero a día de hoy no creo que pueda ser ni tan siquiera una de esas sombras proyectadas por Platón en su mito de la caverna. A día de hoy, a la IA le falta un hervor y si no prueben a hacerle a ChatGPT la pregunta siguiente: ¿Cómo se llama la hija única de la madre de Irene?

Y ahora si quieres… me lo igualas.

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