NOSTALGIAS NOVELADAS

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

VALENTIN

 

Valentín González
Periodista y músico

Cuando uno ha pasado de largo la frontera del medio siglo de vida, y ya se aproxima al horizonte de otra década, se supone que debería mirar a los años de su juventud con la melancolía del paso del tiempo y la evocación de un tiempo pasado en que éramos hermosos y libres. Sin embargo, no es mi caso.  Mis nostalgias no me hacen transitar por la memoria «novelada» de unos años de plenitud, más bien la conciencia del medio siglo se ha convertido en un agujero de gusano en el que veo que aquel joven y mi yo contemporáneo somos exactamente la misma persona. Eso sí, con más horas de vuelo.

 

Me explico. Las heridas de entonces fueron reemplazadas por otras; los amores contrariados siguen sumidos en la misma tristeza de los besos que ella nunca me dio, los sueños incumplidos navegando en la misma tabla de salvación que nos pone al resguardo de la peor de las experiencias humanas, que es la de un sueño cumplido. Por eso, veo aquellos años en los ojos del hombre que tengo frente al espejo cada mañana, los mismos ojos, con la misma amargura y alegría de entonces, la misma ira y el mismo amor, la misma esperanza y el mismo miedo que aquel joven que una mañana del otoño de 1987 atravesó el umbral mítico de la Facultad de Ciencias de la Información.

 

Facultad de Ciencias de la Información Madrid
Facultad de Ciencias de la Información Madrid

Y es aquí donde la memoria se acelera a la velocidad de la luz, en un espacio en blanco, dónde en una fracción de segundo se viven mil y un noches de parranda, de páginas leídas, más para transgredir que para estudiar, de palabras escritas sin la dignidad de la página impresa pero con la vocación de hacer honor a nuestra condición de estudiantes de periodismo, de conversaciones frenéticas más inspiradas por la cerveza de la mañana que por el rigor intelectual de nuestros argumentos, del sarcasmo depredador con que a veces nos lanzábamos dardos inmisericordes.

 

Pero desde la soledad ancestral, primigenia, enigmática y hermosa de la conciencia íntima de mi yo adulto, destaca un recuerdo por encima de todos: el vínculo fraterno de aquella hermandad de camaradas, que conformaron una identidad común sublimada en el fragor de todas las tormentas de la noche de aquel Madrid irredento. Quién sabe si en los pliegos del alma, dónde habita la felicidad radical, haya un Aleph común, en el que todos revivamos hasta la eternidad los amores, las canciones, los caminos y las mareas de aquellos años y definan a esos hombres y mujeres cuyos ojos se asoman en los espejos pero que son los mismos que los del tiempo mítico en que nos conocimos.

 

Al dejar la facultad, nuestros destinos navegarían hacia latitudes contrarias, Algún amor fructificó, y otras amistades se mantuvieron, sin desfallecer, en una suerte de geometrías variables. Transitamos por los años, cruzamos de un siglo a otro, tuvimos hijos, no todos, curamos heridas y abrimos otras, nuestra juventud se fue a donde habita el olvido, mientras «las nieves del tiempo platearon nuestras sienes» y de nuestro físico joven solo quedaban los ojos intactos.

 

Músico por Joai Rafael Bortoluzzi
Músico por Joai Rafael Bortoluzzi

Pero, de alguna manera, pese al tiempo transcurrido, la acumulación de décadas y la huellas amargas de todas nuestras derrotas y victorias; en nuestros escasos y efímeros encuentros, brotaba la magia, entrabamos en una dimensión cuántica en la que el factor tiempo desaparecía y, no solo nuestros ojos, sino todo nuestro ser recuperaba esencia vital de aquellos jóvenes que en 1987 hicieron de su amistad, la tierra prometida a la que volver en tiempos de zozobra y desamor, y la patria fraterna de unos lazos inquebrantables.

 

Vicen, – así le llamábamos entonces, y así le llamamos ahora – nos ha convertido a algunos en personajes de novela, lo cual es como dotarnos del don de la inmortalidad, de vivir aquel tiempo a través de palabras que pueden ser releídas hasta el infinito, evocadas en la mente del lector como imágenes que cobran vida a través del texto.

 

Fuimos ocupas en un cine abandonado dónde pasamos unas vacaciones, en la patria de mis ancestros, Galicia, donde es más real lo irreal y las ánimas de la noche son camaradas de barra; trabajamos juntos en una pizzería en la que nuestra principal preocupación era boicotear la normal producción y transgredir la norma; discutimos hasta la extenuación de libros y autores en un aquelarre de botellas vacías, compartimos confidencias de amantes efímeras, y traiciones a cuchillo. Vivimos nuestras soledades respectivas en la distancia y ambos tenemos la certeza grabada a fuego de que somos hermanos de sangre.

 

CON TAL DE VERTE REÍR, Manjón Guinea.

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