LOS DOMINGOS CON MORTADELO Y FILEMÓN

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

FOTO AUTOR 1

Por María Marcos
Licenciada en Derecho y Librepensadora

Si tengo un recuerdo claro y nítido de la infancia, son los volúmenes de Mortadelo y Filemón que no solo decoraban mi librería, sino que formaban parte de mis primeros tonteos con la lectura, y esa sensación de ser absorbida por una historia llena de peripecias, empresas arriesgadas, y andanzas con desastrosos desenlaces de dos personajes insólitos y todos sus allegados.

Aquellos volúmenes de la editorial Bruguera, Super Humor. Los que, en contra de mi voluntad, me vi obligada a regalar a mis primos, de lo que me arrepentí y arrepiento. Ahora más si cabe, que su autor nos deja y por lo tanto su obra ya es finita. En aquel momento porque dudé bastante que a mis primos les llegase a interesar las intrépidas y locas vivencias de esta pareja y que fuesen a cuidarlos con el mimo y cariño con el que los conservaba en mi cuarto. Y ahora porque me doy cuenta de que, aunque he podido vivir sin ellos, representar un tiempo muy feliz de mi infancia y nunca debí desprenderme de la posibilidad de tenerlos a mano para intentar releerlos o al menos echarles un vistazo.

Imagen de Francisco Ibáñez, Mortadelo y Filemón
Imagen de Francisco Ibáñez, Mortadelo y Filemón

Hubo una época en el que se había convertido en el ritual de los domingos. Ir con mis padres al quiosco, ellos a por el periódico y para nosotros el premio de la semana. Comprarnos el tebeo. Ya fuese Mortadelo y Filemon (Ibañez), Zipi y Zape (José Escobar) Esther (Purificación Campos), el Capitán Trueno. También recuerdo esta misma gratificación, cuando te llevaban al practicante, profesión en desuso. La retribución por no gritar, llorar o montar el numero era ir después a comprar un comic.

Mortadelo y Filemón, los agentes secretos de la T.I.A., siglas parodiando a la prestigiosa y solemne agencia norteamericana C.I.A. Dos agentes cuya fama se fue consolidándose al mismo ritmo que aumentaban su capacidad de verse envueltos en situaciones tan absurdas como vergonzosas que te provocaban esa sensación de desear que te trague la tierra y te hiciese desaparecer.

Filemón con el rol de jefe, supuestamente el cerebro de la pareja y en apariencia más serio y de ideas más coherentes, con la paciencia y potestad para regañar a Mortadelo por su gran capacidad de despiste y sus extravagantes ideas de fatídicos finales.

Entre ambos tienen la virtud de pifiar cualquier intento y objetivo de cumplir una misión. Reconocibles por sus habituales vestimentas, pantalón rojo, camisa blanca y pajarita negra (Filemón) y el sobrio traje de levita negra estilo enterrador (Mortadelo) aunque se desprendía de ellas con más facilidad que Superman y se disfrazaban continuamente para infiltrarse en las peligrosas misiones encomendadas, así como medio de supervivencia y escapatoria de los tremendos líos en los que acababan implicados.

La absurdez, el error, los equívocos, las malas decisiones, los chichones, los ojos morados, la desesperación del Super, el superintendente Vicente, el profesor Bacterio, inventor fracasado que proporcionaba los inventos milagrosos que normalmente no funcionaban o desataban el resultado no deseado, como hacer perder a Mortadelo una supuesta frondosa cabellera, calvicies de ambos personajes que después reconocería el propio Ibáñez que fue más por una decisión práctica de ahorrarse dibujar en cada viñeta sus cabelleras. Y con la gritona secretaria Ofelia, eternamente crispada con ambos, y follower incondicional de Mortadelo.

Personajes que fueron inmortalizados no solo en tebeo, también en cine, en varias películas, es el caso de los hermanos Fresser que bajo su guion y dirección consiguieron ser uno de los estrenos más taquilleros y obtener 5 Goyas de las 7 nominaciones.

Imagen de Francisco Ibáñez
Imagen de
Francisco Ibáñez

Cuesta despedirse de un referente como Francisco Ibáñez. Es como desprenderse del cemento de tus cimientos. Te hace sentir que te tambaleas. Esos cimientos que fueron probablemente los causantes de que algunos nos encontrásemos e iniciásemos el gustillo por la lectura, bajo el paraguas del sentido del humor, de divertidos personajes, situaciones insólitas, nuestras primeras risas o incluso carcajadas. No solo aprendimos a leer, sino también a desear tener un libro entre las manos, que como en una película animada, seguíamos sin pestañear la sucesión de viñetas y conversaciones que componían las ilustraciones completas de detalles evidentes y otros más camuflados que nos hacían desarrollar y potenciar entre otras muchas cosas, la imaginación.

Seguramente el comic no haya tenido, ni tenga el reconocimiento merecido. A pesar de ser, al menos en los inicios del creador Ibáñez, un trabajo muy artesanal, minucioso y enriquecedor, y en definitiva muy creativo.

A menudo denominado como el «noveno arte», después de la arquitectura, escultura, pintura, música, danza, poesía/literatura, cine y fotografía. El noveno, aunque en realidad debería compartir puesto con cualquiera de esas disciplinas, por su combinación de todas ellas, especialmente la de escribir, pintar y diseñar, y en definitiva la de  crear y dar vida propia a unos personajes capaces de hacerse inmortales y acompañar y conquistar a una generación tras otras.

Donde estarán mis Super Humor, solo conservo unos pocos de una extensa colección. Tal vez fueron los únicos que no me dejé arrebatar por una madre generosa a la par que fumigadora de todo aquello que no das uso en un momento dado y sólo parece que te reste espacio.  Aunque en este caso, como el conocimiento, no ocupasen el lugar suficiente como para ser empaquetados y retirados de mi habitación.

En días como hoy desearía no haberlos perdidos de vista, abrirlos, acariciarlos, recordarlos, repasarlos, como en los 80, donde el domingo no tenía el significado de ahora, que prácticamente es un día de reflexión para afrontar todo lo que te viene encima del temido lunes.

El domingo no era solo un día festivo y familiar. Era el día que te ponías guapo, visitabas a los abuelos, ibas a misa si no quedaba otro remedio, bajabas al parque aunque con tus mejores galas se hacía difícil el movimiento, paseabas y te encontrabas con tus vecinos, y sobre todo en nuestro caso, íbamos al quiosco del barrio para adquirir el periódico en papel, ahora casi un reminiscencia vintage y el ansiado comic que devorabas mientras regresabas a a casa, con los consiguientes riesgo de tropezar o comerte una farola, tal y como les pasa a los jóvenes de ahora pero con el móvil.

Por favor, no supongan este arte como un género menor. Considérenlo el inicio de un entretenimiento infantil que abre una ventana a la lectura, la crítica, la imaginación, la diversión, la concentración, a nuevo vocabulario, y sobre todo un acercamiento al arte y a la creatividad.

Por esto y muchas cosas más, recordaré siempre a Francisco Ibáñez y a todos los demás creadores que amenizaron mis domingos y los llenaron de simple y llana felicidad.

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