EN EL UMBRAL DE LAS TINIEBLAS

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

© De la Literatura y las pequeñas cosas

Llegó a Madrid hace tan solo unos meses, de noche, en un lento autobús que entraba a la capital, como una carroza desvencijada pero triunfal, por la carretera de la Coruña. En el rostro, agudo y delgado, fosforecía el destello osado de la ilusión antes de poder comprobar que la vida madrileña estaba hecha de compadreo y que el régimen político había engendrado una burocracia literaria y periodística que reptaba entre «el negociete y el apaño». Como todas las mañanas, tras acicalarse, había salido tras la puerta de la pensión de la calle Ayala, donde hasta ahora había vivido en alquiler, disfrutando de ociosidades burguesas, como «criaditas con cofia almidonada y sopa hervida en las habitaciones».

Francisco Umbral, fotografía Fundación Francisco Umbral
Francisco Umbral, fotografía Fundación Francisco Umbral

Sin embargo, a medida que los días se consumían en un ocaso donde la fatiga diluye la esperanza, los ahorros que trajo celosamente guardados desde Valladolid se iban perdiendo con la ansiedad con la que un cigarrillo se consume en labio de una mujer que espera, y la premura por empezar a buscar lugares más asequibles donde hospedarse ya le inquietaba.

Vestía chaqueta azul cruzada y un fular alrededor del cuello que con su seda adormecía el vibrar grave y metálico de sus cuerdas vocales. Un habla tan arrogante como su estatura y tan orgullosa como su delgadez y su hambruna al haber apostado por la literatura. Miraba tan serio y desafiante como insolente podía llegar a ser Valle-Inclán, tras unas gafas desgastadas por el uso de devorar libros de todas clases y a todas horas. Pasaba las mañanas pateando Madrid de punta a punta, de redacción en redacción, con una cartera forrada en cuero, llena de papeles y recortes de periódicos entre los que agazapadamente dormitaba una carta de presentación firmada de puño y letra por Miguel Delibes. Y así, se ofrecía, con el apresto de un lord romántico, con un dandismo señorial heredado de Larra, para buscar colaboraciones o entregar las que escasamente le eran encargadas.

Después volvía contemplando la belleza de Madrid, el contraste turbador con sus miserias y sus grandezas. Empapándose de ese espíritu agitador y controvertido como un desafío, como una profanación de lo incólume y lo sagrado. Se adentraba en el Retiro, como en un bosque de zonas prohibidas, de un estanque y unas barcas que le recordaban su infancia remando en el Pisuerga sin saber nadar. Desafiando el miedo para seducir con el atractivo de una aventura marítima a la hija del presidente de la Diputación y ahí, en medio del río, abrirle el uniforme de las monjas y susurrarle al oído palabras y versos aprendidos del incestuoso Lord Byron, mientras ella, falsamente recatada, se asía a un falo violento y erecto que reivindicaba en un motín de horcajadas la demostración penetradora de su pétrea virilidad.

Ahora, con la secuela excitante del recuerdo y al compás decadente del atardecer, volvía a la pensión, dejando atrás el templo codiciado de sus héroes, de sus mitos literarios, donde con la serena seguridad de dominar el arte de la palabra y la escritura, discrepaban entre cigarrillos, tras las puertas en madera de un café Gijón tan concurrido como agitado.

Se encerraba en aquella pensión de la calle Ayala, para plasmar en los folios de una máquina Olivetti inseparable y perpetua, con una disciplina autoimpuesta, la acidez y la violencia de la vida, el desgarro del látigo en la piel y la caricia de unos pétalos de rosa: la combinación mortal del amor y el vicio, del dolor y la pasión. Hasta que, llegada la noche, como un vampiro en las tinieblas, volvía a erguirse elegante y cínico para adentrarse bien en los misterios prostituidos de los barrios bajos, o bien en la hipocresía de calles frecuentadas, en horas sospechosas y a espaldas de sus maridos, por señoritas de derecha y misa diaria.

Francisco Umbral, fotografía Fundación Francisco Umbral, Anatomía de un Dandy
Francisco Umbral, fotografía Fundación Francisco Umbral, Anatomía de un
Dandy

Astuto, caballeroso y arrogante, como solo puede serlo un hijo único, se presentaba sin mostrar sus colmillos, y en una inclinación de lujuriosa reverencia suspiraba al oído de inocentes damas su falso nombre: «¡Soy… Francisco Umbral!».

 

lo último del blog...

Mis libros...

Suscríbete

Para ello solo debes dejar tu nombre y tu correo, prometo no enviar correos molestos, solo os informaré de mis nuevos videos, libros, entrevistas, etc.