ZELENSKY, EL ROSTRO DE LA AGONÍA

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

Hay imágenes que, sin duda alguna, valen más que mil palabras. Un solo fotograma puede recoger en sus diminutas dimensiones un universo de plenitud y de alegría; o por el contrario toda la amargura y el dolor que uno sea capaz de soportar.

Veo en la televisión el rostro de un hombre que, tan solo un año atrás, aparecía fuerte y risueño frente a los focos, elegantemente vestido, con traje y corbata, perfectamente afeitado y con el cutis lustroso por una reconfortante loción aplicada como after shave. Su mirada es brillante e iluminada, probablemente porque está teñida con una ilusión y una esperanza de futuro: hacer prosperar a su país con intenciones como formar parte de la Unión Europea y de la OTAN, para hacer de sus ciudadanos gente más próspera gracias al reinante libre comercio.

Este tipo, inocente e ilusionado, hace un año, aún creía que su país era libre para decidir su futuro en un mundo globalizado. Su mente no concebía que las grandes potencias pudieran obstaculizar el camino elegido por sus propios ciudadanos. Esos mismos habitantes, cuyos antepasados, tras la revolución rusa en 1971, decidieron levantarse en armas frente al poder de los zares para formar la República Popular de Ucrania.

Desde entonces, el país ubicado en la Europa oriental, Ucrania, ha sido un peón en el tablero de ajedrez del mundo. Una pieza movida, precisamente, por los dedos gordos y fofos de los plutócratas de esas grandes potencias.

Aún así, sus gentes decidieron elegir a un cómico para intentar romper definitivamente esa partida grotesca en la que se ha visto involucrada siempre. Y para ello eligieron a un comediante letrado que no tenía ni la menor idea de que, por el simple hecho de intentar cumplir sus promesas, terminaría convirtiendo su vida, no ya en una comedia, sino en una terrible tragedia.

Y todo porque esa partida caricaturesca de ajedrez tiene sus piezas perfectamente elegidas. Sin capacidad de maniobra. Los alfiles, las torres y los caballos no dejan de ser más que oligarcas y políticos que durante todo este tiempo se han movido por las casillas, blancas o negras, de la corrupción sin importarles lo más mínimo que una tierra fértil, considerada como el granero de Europa, sufriera una tasa de pobreza de las más altas.

Rostro de Zelensky un año después de la invasión
Rostro de Zelensky un año después de la invasión

Ahora, vuelvo a observar en la televisión, después de un año, el rostro de ese hombre que llegó al poder cargado de ilusión y aupado en democracia por una ciudadanía que puso en él su confianza. Pero ya no es la cara de la felicidad y de la esperanza. Sus ropas no son las de un traje de chaqueta y corbata con olor a perfume, sino una vestimenta militar y de camuflaje, impregnadas del olor a quemado y la metralla. Su rostro se encuentra surcado por las cicatrices del cemento y el hierro que deja el horror a su paso. Los continuos bombardeos indiscriminados sobre esa misma gente, su gente, que vivía en paz. Sus ojos reflejan la desesperación y la extenuación de quien se ve obligado a resistir desde el interior mismo de la contienda. Desde el infierno.

El propio Zelensky llegó a decir, después de contemplar la masacre de Bucha, rodeado de cuerpos desmembrados y rostros delirantes de auxilio que “el diablo no está en un lugar bajo nosotros, el diablo está con nosotros”.

Su semblante y sus facciones ya no transmiten ese optimismo depositado en un pueblo que pudiera crecer y abandonar por fin esa tasa vergonzante de pobreza, sino que lo que refleja es la desesperación del que se ahoga en una ciénaga de bombas y arrastra consigo a su propio pueblo. La bolsa de sus ojos es el grito ahogado del auxilio pidiendo continuamente ayuda para que no se deje a su pueblo abandonado a la suerte que ha determinado un enajenado de poder como Vladimir Putin. Ahora, lo que en sus pupilas cristalinas y su rostro ajado, con barba de varios meses, se percibe no es la sensación inicial de querer prosperar; lo que se vislumbra en la piel áspera y mirada indolente a causa del sufrimiento vivido, es la tenacidad por mantenerse a flote en una lucha desigual. Es la resistencia agónica que puede permitirles, al menos, seguir siendo un pueblo libre y no un pueblo esclavo de las decisiones de un figurante sin escrúpulos. Un elemento educado en la frialdad del KGB que, en modo alguno, considera a los ucranianos parte de la historia pasada del pueblo ruso, sino que los percibe como ilotas, como esclavos espartanos, que deben ser desposeídos de sus derechos y de sus bienes de ciudadano.

Decía Stefan Zweig, en uno de sus ensayos, que la grandeza de Balzac estriba en haber captado la presión atmosférica del momento de su obra. No sé si existirá algún escritor ucraniano, porque desconozco dicha literatura, como Serhiy Zhadán, Yevgenia Belorusets o Yuri Andrujovich, sea capaz de reflejar la temperatura emanada bajo los subsuelos perforados de Ucrania. Pero de lo que si estoy seguro es de que si alguno lo hace habrá sido capaz de describir el infierno en detalle según las palabras de Zelensky: “el diablo está con nosotros”.

Bombardeos en Ucrania foto de Anecb Yclihay
Bombardeos en Ucrania foto de Anecb Yclihay

Lo lamentable de todo esto es que, en ese tablero de ajedrez, en ese reparto estratégico del mundo, ¿a quién le importa el ciudadano de a pie? Ese pequeño miserable que ahora corre a esconderse bajo el silbido de las bombas. Ese individuo que, hace tan solo un año, se levantaba para ir a abrir su negocio o para acceder a su puesto de trabajo en su jornada laboral. Esa pequeña hormiga que sale de su agujero cada mañana para salir adelante en el continuo discurrir de la vida.

¿A un tipo que camina marcial hacia sus aposentos ribeteados de oro y mármol blanco? ¿A un exdirigente de la KGB, gélido y sin conciencia, a quien le preocupa más que su rostro luzca brillante por el botox frente al envejecimiento que los soldados  mueran enterrados bajo los escombros, o caigan mutilados por las bombas o perezcan sufriendo de hambre y frío? ¿A un individuo como Putin?

¿O quizá, a quién le importe sea a un individuo que camina igualmente pomposo, creyéndose un eterno joven, de gestos pausados para intentar engañar a la lentitud que revela la vejez, y de sonrisa siempre predispuesta ante la cámara? ¿A alguien que parece el abuelo de Barbie y Kent? ¿A un individuo como Biden?

No. En absoluto. Ellos son los dedos artríticos y fofos que mueven la partida de ajedrez. Uno con aires de emperador en pleno siglo XXI, y otro que tiene muy claro que, de momento, el conflicto ucraniano está reportando pingües beneficios a las empresas armamentísticas y que, por supuesto, una vez llegado a un acuerdo de paz, tendrá muy claro que eso significará, igualmente, grandes ganancias a las empresas que llevarán a cabo la reconstrucción de una Ucrania devastada, y que, sin duda, serán holdings norteamericanos en su mayor parte.

Cuando todo termine, que será en el momento en que ambos dioses en la tierra se pongan de acuerdo, veremos el esqueleto de un país que lo único que conservará será su bandera amarilla y azul porque todo quedó ruinas al creer que era libre para decidir su futuro.

 

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