CANCELADO

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

Ha pasado nada más y nada menos que casi un siglo, noventa y dos años, para ser exactos, desde que un 13 de abril de 1931 un monarca saliera de su propio país con el rabo entre las piernas. Un tipo que parecía repeinado por los lametones de una vaca, con un bigote que pretendía dar personalidad al busto y que, sin embargo, parecía un cómico al dar la sensación de ser postizo. Un individuo de mirada insulsa que llegó al trono con dieciséis años y que, aún a pesar de su honrada declaración de intenciones cuando llegó al poder, por lo que se le recuerda es por afición al cine erótico. Sin embargo, en su defensa y siendo fiel a la Historia, esa a la que tantos intentan moldear según sus intenciones, Alfonso XIII, antes de abandonar España dijo ese mismo día de abril: “Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo… (…) Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en una fratricida guerra civil”.

El 14 de abril era proclamada la II República Española, presidida en primer lugar por Alcalá Zamora. Una frase quedó para la historia: “el país se había acostado monárquico y se levantó republicano”.

Ejemplar de la Constitución española de 1931
Ejemplar de la Constitución española de 1931

Así mismo, ese monarca pincelado y vestido de elegante burgués con chistera, en la noche del 14 al 15, partió de Madrid hacia Cartagena, al mando de su automóvil Duesenberg, como en una especie de road movie en la que el propio conductor disfruta del paisaje que queda atrás. De todo aquello que ya no volverá a reconocer ni en fotografías, pues era muy consciente de lo que hacía hasta llegar a Marsella y de ahí a instalarse definitivamente en París. Al abandonar España sus palabras fueron: “(…) espero que no habré de volver, pues ello solo significaría que el pueblo español no es próspero ni feliz”.

Mientras tanto, a primera hora de la mañana de ese 14 de abril de 1931, el general Sanjurjo se dirigió a la casa de Miguel Maura, donde se encontraba reunido el Comité Revolucionario, precedido por Niceto Alcalá Zamora, Largo Caballero, Fernando de los Ríos, Santiago Casares Quiroga y Álvaro de Albornoz. El general Sanjurjo se cuadraba ante Maura y decía resolutivo: “A las órdenes de usted, señor ministro”. A los pocos minutos quedaba proclamada la II República.

Esa misma mañana la gente salió a las calles en Madrid, agitados y contentos, ondeando banderas con el morado en su franja, un republicanismo madrileño, perfectamente dibujado por Julio Camba, inundaba las plazas como un rio caudaloso, gentes bienhumoradas que no eran conscientes de que las esperanzas de cambio puestas en ese bebé recién nacido, lustroso y colmado de buenas intenciones, serían corroídas con la misma indolencia con la que se le dejaba morir de hambre, mientras solicitaba un sustento, una leche materna, que nunca llegaba.

La Segunda República la dinamitaron desde dentro al poco de nacer. Si. Contribuyeron, sin duda, individuos como Lerroux con sus oscuras maniobras; exaltados de la CNT con sus ocupaciones de tierras como en el salvaje oeste; terroristas que se dedicaban a quemar sin sentido iglesias y conventos buscando una criminal venganza de jauría; las agitaciones insostenibles frente al poder democrático por parte de la UGT y de Largo Caballero clamando claramente por una insurrección en favor de una dictadura del proletariado, al estilo de Lenin o Stalin en la Unión Soviética; y ¿cómo no?, elementos como Frances Maciá y Companys, a quienes les faltó tiempo para proclamar la república catalana independiente, aprovechando el oportunismo del desconcierto y la algarada, para autoproclamarse como líderes de una nueva nación, con la poltrona preparada para sus posaderas.

Todos ellos contribuyeron a reventar desde dentro los ideales encarnados primero por Alcalá Zamora y después por Azaña. Poco o nada importaba a cada uno de esos sapos venenosos el bien común. Lo único que les importaba era su beneficio propio. Ninguno se preocupó de poner un miserable ladrillo en la construcción de una gran república. A ninguno le importaba la Constitución del 31, ni la reforma agraria, ni la tan añorada separación de poderes con jueces independientes, ni un estado integral con una España fuerte y unida compuesta por autonomías, ni la declaración de derechos, ni la pieza angular como era la educación y la cultura sin discriminación.

Cada una de esas sanguijuelas no estaban por la labor de que el bebé, que había nacido entre proclamas y vítores, creciera fuerte. Había que desmembrarlo como fuera para sacar las ganancias propias en río revuelto. Sin compasión. Había que arrojar a ese recién nacido al barro, a la ciénaga evitando que creciera y pudiera hacerse robusto. Ahora era el momento de sacar el mayor provecho y beneficio para sus bolsillos. Qué coño importaba tanta palabrería y la ramplona ciudadanía, la cual solo servía para dar voz a sus mezquinos y avarientos intereses.

Esa etapa lúcida de poetas y grandes pensadores, de liberales instruidos y críticos frente los abusos, fueron devorados por la ambición de poder de políticos sin sentido de estado, que, como usureros, se juntaron para rascar y debilitar los cimientos todavía tan endebles como ilusionados de la república.

Imagen redes sociales
Imagen redes sociales

Nada valía. La mesura y el progresismo cauto sufría continuos varapalos por parte de todos los flancos radicalizados. Gritos furibundos cuya única intención era confundir al pueblo con proclamas incendiarias y por supuesto falsas, ya que nunca se cumplirían mas que en lo que respecta al beneficio propio e individual de quien utilizaba a aquellas masas fácilmente manipulables por ese afán de urgencia y necesidad.

Ahora, casi un siglo después, miro hacia atrás y observo como en los libros de texto del franquismo se afirmaba que la Segunda República no solo fue algo nefasto, sino que además se le colgaba el sambenito de “anti española”. Sacrílega e irreverente.

Por su parte, para la izquierda actual, la de nuestros días, la Segunda República fue un periodo brillante que se terminó por culpa de las derechas y fuerzas reaccionarias, con Franco al frente en ese levantamiento de 1936.

De nuestro caudillaje de 40 años sufridos ya sabemos todo lo que había que saber y sería volver a remover un periodo cubierto de mugre y óxido, de pistola y cinto. Pero el problema viene ahora en esa izquierda radicalizada e ignorante. En esos tipos que se echan sobre sus hombros la bandera de la república, sin haberse molestado en leer los Diarios de Azaña, La República Española y la Guerra Civil de Gabriel Jackson o El colapso de la  República, de Stanley Payne. Y no menciono otros autores españoles con la intención de preservar la  distancia imparcial que puede dar un historiador que enfoca la problemática desde el extranjero, de puertas para afuera, sin que el enfoque se pueda corromper con cierto partidismo agradecido.

Nuestra izquierda radicalizada actual es muy dada a los tweets, a las frases hechas y vacías prodigadas en redes, como una nueva tendencia de titulares de revista de corazón y de folletines. Es la nueva forma de ser un personaje público y de vivir de la política como un gran modo de sustento. En el mismo saco entran todos aquellos que hace casi un siglo desmembraron el bebé de la II República. Los nacionalistas excluyentes, los dogmatizados de izquierda, los charlatanes y populistas, la derecha de cuello duro… Todos ellos preocupados únicamente por mantener sus parcelas de poder. La de esos votantes crédulos que les permitan mantener sus escaños, su buen vivir.

Imagen edificio con letrero de cancelado
Imagen edificio con letrero de cancelado

Y si hablo de la izquierda radicalizada es porque es la que me ha hecho sentirme mas defraudado. Han enterrado para siempre a figuras tan loables como Corpus Barga, José Bergamín, Victoria Kent, Antonio Espina o Julio Anguita. Ya no vale leer, ni escuchar en un programa a un buen filósofo o a un documentado literato, ni tan siquiera a un egregio profesor de historia. ¿Qué perdida de tiempo? Si en dos líneas de un tweet se puede resumir todo, y además se incide más profundamente en fomentar esa irascibilidad sectaria. Ahora lo que importa es dominar las redes sociales a base de dos líneas y establecer esa cultura de la cancelación. Yo me invisto con el adalid del salvador de la libertad y el civismo cubriéndome con la bandera republicana y todo aquel que me lleve la contraria debe ser estigmatizado por intolerante, por facha.

Creo que fueron Robert P. George (profesor de derecho en Princeton) y Cornel West (profesor de filosofía en la misma universidad) quienes redactaron un manifiesto titulado Búsqueda de la verdad, democracia y libertad de pensamiento y expresión. En el sostenían que para mantener una sociedad libre y democrática son necesarias virtudes como la humildad y la apertura de mente, pero por encima de todo el amor a la verdad.

La izquierda radicalizada, esa misma que dinamitó la creación de la II República desde dentro y que ahora se echa sobre sus hombros la bandera tricolor, pretende establecer la soberbia por encima de la humildad, el slogan por encima de los libros, la dictadura de las redes sociales y el escrache por encima de la discusión democrática y la búsqueda de esa verdad antes indicada, y sobre todo apuntalar el régimen de la cancelación, en su favor dominante. Atacar al prestigio de quien se atreva a ir contra sus dictámenes. La condena establecida: el escarnio público. El seguimiento de los perfiles públicos e incluso privados, al estilo de la Securitate, de todos aquellos que se atrevan a opinar distinto al dirigismo establecido.

En su momento, toda esta ralea, dinamitaron la II República Española. Ahora, su propósito es dinamitar una transición democrática que muchos, en el extranjero, claro está, calificaron de ejemplar.

Soy consciente de que, por culpa de haber tenido la osadía de escribir este artículo… estoy cancelado.

 

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