LAS MUSAS ROTAS

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

La relación entre los artistas y sus modelos ha sido siempre, cuando menos, turbulentamente pasional. La o el amante, independientemente del género, convertidos en modelo, han servido para personificar a través del arte sentimientos ocultos como la pasión amorosa, la excitación sexual, el erotismo desbordado o la lujuria desenfrenada entre otros derramados frenesís.

Pero de igual manera, esos mismos modelos han podido transformarse en la germinación de crueles arranques de delirio por parte del artista, sirviendo para la revelación de un dolor provocado por el desamor, por la destrucción interior que aviva una infidelidad, por una sensualidad frustrada que se ha tornado en odio, o simplemente por el desprecio que ocasiona el hastío de lo cotidiano.

Tolouse-Lautrec. Divan Japonais, 1982. Museo Abelló. Mollet del Vallés
Tolouse-Lautrec. Divan Japonais, 1982. Museo Abelló. Mollet del Vallés

La destrucción o el amor, tituló Vicente Aleixandre uno de sus poemarios. Puntos equidistantes por los que cualquier artista que se precie navega como un náufrago apoyado, como tabla de salvamento, en quien decida acompañarle en esa travesía: pareja o amante. Ignorantes de prever que no son más que su tabla de su salvación. El flotador húmedo, carcomido por la sal del mar y el oleaje embravecido, que terminará siendo abandonado por el artista tras tocar tierra nuevamente.

Si hay un hombre paradigma de esta tesis de frenesí y vilipendio, ese es Picasso. El afamado pintor malagueño es el prototipo del hombre creador que convierte a su modelo en su amante para exprimir de ella la pulpa de los sentimientos. Para gozar y trasladar al lienzo la irradiación de la pasión amorosa, de la plenitud sensual y del deseo incontrolado del sexo. Nadie como él tuvo a la mujer como protagonista de sus obras de manera tan ensalzada y reiterada. Todas sus modelos fueron fuente de inspiración en sus obras, y a todas les fue infiel. De todas ellas sacó su esencia y su sustancia con la única intención de hacer crecer su arte. En el camino quedaron varadas las cáscaras de cada una de aquellas hembras en vida después de haberlas inmortalizado en el lienzo.

Picasso ha sido acusado por muchos enemigos de misógino, de narcisista, de artista egoísta y egocéntrico, destrozando sentimentalmente a aquellas mujeres a las que más amó y a quienes trataba de forma despiadada. Mujeres como Fernande Olivier, una de sus amantes de Montmartre; Olga Khokhlova, la «rusa blanca», bella modelo y bailarina a la que terminó por convertir, en sus obras, en un monstruo de rostro desfigurado; o Marie Thérèse Walter, una joven de tan solo diecisiete años cuando la conoció, que representó en sus obras bajo un simbolismo lleno de desenfreno sexual, con quien tuvo una hija y a quienes abandonó al conocer a la fotógrafa Dora Maar.

Pero como he dicho al inicio de este escueto artículo la claudicación de los modelos ante el artista no se corresponde con los géneros. Puede que Picasso se nutriera del corazón de las mujeres a las que amó y terminó despreciando, pero en el caso de Francis Bacon, por ejemplo, es muy distinto.

En el caso del pintor irlandés sus pinturas transmiten la implicación emocional, el acercamiento, no solo al aspecto físico de quien hubiera sido su modelo amante, sino también a la huella que dejaba la persona en su vida. El propio Bacon diría: «quisiera que mis pinturas se vieran como si un ser humano hubiera pasado por ellas como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y un trazo de eventos pasados, como el caracol que deja su baba».

Francis Bacon. Tríptico 1974-1977, 1981. Galería Marlborough © The Estate of Francis Bacon. All rights reserved. DACS VEGAP Madrid 2023
Francis Bacon. Tríptico 1974-1977, 1981. Galería Marlborough © The Estate of Francis Bacon. All rights reserved. DACS VEGAP Madrid 2023

Quizá sea George Dyer el modelo/amante que mejor reflejó esa idea. Una relación apasionada y destructiva con continuas peleas y reconciliaciones. Contaba el propio Francis Bacon que una noche mientras dormía en su estudio, le despertó un gran estruendo producido por un ladrón que se había caído desde la claraboya del techo de su habitación. El pintor, sin inmutarse le dijo: «Quítese la ropa y métase en la cama conmigo; podrá conseguir todo lo que quiera». Aquel ladrón ignorante, George Dyer, un rastacuero del tres al cuarto, accedió a introducirse bajo las sábanas hasta que estas se lacraron sobre su cuerpo para que el pintor, a pesar de colmarle de caprichos, se fuera bebiendo su alma.

Tanto es así que dos días antes de la gran inauguración de la gran exposición en el Gran Palais de Paris, en 1971, George Dyer se suicidó con una dosis de alcohol y barbitúricos. Tras la traumática muerte de su amado, Francis Bacon prefirió ocultar este hecho para que el terrible suceso no influyera en el éxito de la exposición. Las fotos que, un día y medio después, se tomaron en la en la visita previa a la exposición muestran a Bacon sonriendo despreocupadamente. No fue hasta el día siguiente cuando las autoridades y la prensa fueron avisadas de lo ocurrido.

Tras la muerte de Dyer, el pintor irlandés siguió utilizando su recuerdo como modelo para transmitir el profundo dolor que la muerte de Dyer le produjo. Tal como dijo Bacon: «No pasa una hora sin que piense en George».

En fin, otra musa rota, o muso roto, pervirtiendo el lenguaje al pasarlo al masculino. Otra figurita de porcelana estallada en mil pedazos por la voracidad de un artista.

Ahora, gracias a la Fundación Canal, he tenido la oportunidad de comprobar en la exposición Artistas y modelos. Historias de pasión, creación y destrucción, que la vida está llena de contradicciones y que los sentimientos pueden llegar a ser tan impuros como gozosos.

 

 

 

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