LA ESTELA DE MIGUEL ÁNGEL BLANCO

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

FOTO AUTOR

Por María Marcos,
Licenciada en Derecho, lectora y librepensadora

La estela de Miguel Ángel Blanco y la imborrable presencia del espíritu de Ermua. Es posible que cada uno de nosotros viva los recuerdos de una manera, a pesar de ser la misma experiencia. Pero en el caso de aquel día o mejor dicho de aquellos días del mes de Julio del 97, de interminable angustia e incredulidad, el recuerdo que tenemos todos es el mismo, es la estela de unos días de angustia, incomprensión, consternación, y dolor donde la sociedad permaneció unida frente a los abanderados del terror, la amenaza y el chantaje del cobarde asesinato.

Todos tenemos en la retina de aquel día, la imagen de un hombre inocente, indefenso, un ciudadano normal, prácticamente anónimo como cualquiera de nosotros, que, de camino al trabajo, pierde su libertad, es retenido, maniatado y convertido en la moneda de cambio de los terroristas para chantajear al Gobierno.

Todos recordamos los momentos de impotencia, las horas pegadas al televisor esperando el milagro antes del fatal desenlace, la incredulidad de que existan seres humanos capaces de cometer tales atrocidades y la esperanza de que no fueran capaces, la solidaridad con su familia, todos nos sentíamos los padres y hermana de Miguel Ángel, todos estábamos rotos del dolor y vivíamos como propia aquella injusticia.

El tremendo desenlace, el cumplimiento de la amenaza, nos dejó a todos sin palabras, un silencio nacional, una parada cardiaca que nos dejó sin pulso, sin respiración, nos hizo llorar a todos, en público, en privado, con gritos, en silencio, pero a todos nos rompió por dentro.

Imagen cementerio
Imagen cementerio

Y después de ese silencio, nació la rabia y la repulsa de toda una sociedad que se rebelaba contra lo ocurrido y que descubría que ya no tenía miedo al monstruo de ETA, que no podía pasar ni un minuto más aguantando las exigencias y crueles chantajes. Millones de españoles se unían para participar como una auténtica marea humana en todo el país y plantar cara a la banda terrorista. Lo vivimos como un antes y un después, un basta ya, un estallido colectivo, la deslegitimación moral y social definitiva del terrorismo.

Tuvieron lugar incesantes manifestaciones donde la multitud repetía al unísono máximas como “¡ETA aquí tienes mi nuca! ¡Somos todos Miguel Ángel! ¡ETA escucha, así es como se lucha!, ¡El pueblo unido jamás será vencido!

Años más tarde, en el 2016, se publicaba la novela Patria, de Fernando Aramburu, que retrata el conflicto vasco en una pequeña localidad de Guipúzcoa marcada por el entorno de ETA y el desolador contexto en el que vivían los familiares de las víctimas, bajo el acoso terrorista y su dictadura social para recordarnos el dolor que se siente y ser testigos de aquel miedo.

25 años después de su asesinato, convertido en un símbolo nacional, en la imagen de una España unida y comprometida, seguimos sintiendo los mismos escalofríos de esos días y nos parece que no es posible que haya pasado un cuarto de siglo desde aquel fatídico día en el que todos fuimos parte de la familia de Miguel Ángel.

También han pasado 25 años de la liberación de Ortega Lara, el secuestro más largo de la historia de la banda, 532 días en un zulo, y de otros 12 atentados que tuvieron lugar en ese mismo año y que se llevaron por delante 12 personas más, magistrados, coroneles, policía nacional, guardia civil, concejales, empresarios… todos tiroteados, o asesinados con la explosión de una bomba.

Miguel Ángel fue el 778 asesinato de ETA, de los más de 800 cometidos por la banda hasta su desarme. Pero Miguel Ángel fue quien consiguió unirnos a todos de una vez por todas.

El espíritu de Ermua está presente, a pesar de vivir en una época post terrorismo, y a pesar del protagonismo de la izquierda abertzale en el Gobierno español que hace inevitable tener presente el dolor causado a la sociedad, a las víctimas y sus familiares y a todos aquellos que nos han dejado, esperando que su marcha y ausencia sea por algo y a cambio de algo, por el triunfo de la paz, la convivencia y el fin de los chantajes políticos, aunque ahora los chantajes sean sin armas.

 

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