Dijo Rousseau en su Emilio que «viajar por viajar es ser un vagabundo; viajar para instruirse es todavía un objetivo demasiado vago; la instrucción que no tiene un fin determinado no es nada».
El libro de Bruno Galindo (Buenos Aires, 1968) se inicia con el viaje de un estrafalario caminante vasco que tras perder su trabajo apuesta que recorrerá parte de Argentina y de la Patagonia a pie y con una carretilla. Un viaje de más de 2.500 kilómetros que servirán al autor del libro para revivir lo que vieron los ojos de ese tipo de ascendencia vasca.

Larregui, un hombrecillo pequeño y tozudo, es el símbolo del trabajador emigrante, del nómada perpetuo y telúrico que vive gracias a las entrañas de la tierra. Que poco o nada tiene que agradecer más que a su esfuerzo y su continua supervivencia. Dirá al inicio del libro: «Me he pasado toda la vida con la carretilla en el trabajo y siempre en el mismo lugar. Paseando con ella estoy mejor que trabajando».
El libro de Bruno Galindo, Nadie nos llamará antepasados, no es como apuntara Rousseau un libro estéril de viaje y vagabundeo, sino que tiene un fin determinado: sacar a la luz el amor a la naturaleza, la explotación avarienta de los recursos humanos y por supuesto el problema de la emigración.
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