RETALES DE LA MEMORIA

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

FOTO AUTOR

Por María Marcos
Licenciada en Derecho y Librepensadora

A pesar de, seguramente, no ser protagonista ficticia de la novela, ni siquiera personaje secundario, lo que si soy es testigo directo de la historia real, del ambiente y la época en la que se inspira parte de la novela Con tal de verte reír. Tampoco estudié Periodismo, como el protagonista, por sugerencia de una madre con gran juicio empírico, que dedujo que sería mucho más provechoso para mí, marcar la casilla de Derecho, lo que no evitó mi estrecha relación con ese universo.

Si cierro los ojos para visualizar aquellos años, me encuentro la sempiterna imagen de Vicen leyendo, en cualquier lugar que hayamos compartido, en un sofá, un parque, la playa, la calle, un bar, en cualquier sitio con un libro o varios entre las manos, bajo el brazo y su cuadernillo de notas. Sin duda ya apuntaba maneras que se acentuaron en el momento en el que él si marcó la casilla de la Facultad de Ciencias de la Información (Complutense) como primera preferencia.

Foto vinilo Mathias Groeneveld
Foto vinilo Mathias Groeneveld

Mi relación con esta Facultad no fue otra que las múltiples paradas en su cafetería, en el ir y venir a Derecho, donde habréis deducido, fui admitida. Como si del Triángulo de las Bermudas se tratara y de manera sobre natural, no escapaba a esa especie de agujero negro que me arrastraba y desviaba del recto camino de las leyes. Un agujero en el que se vislumbraba una nueva forma de concebir los días, con nuevos compañeros, variopintos, desenvueltos, risueños, intelectuales o aspirantes a serlo, con mínimas pretensiones, salvo las de debatir, experimentar, descubrir, compartir y saciar inquietudes y curiosidades con mucha cerveza y anarquía. Un grupo que se iría formando y forjando desde el inicio de la carrera, tras las paredes de una fachada gris y deslucida por fuera, pero muy viva, ruidosa y caótica por dentro.

Recuerdo especialmente los jueves. Ahora se llaman juernes, como si se estuviera redescubriendo las virtudes de este gran día de la semana. En los 90 los jueves eran el preludio de una larga madrugada que se dilataba hasta la salida del sol, sorprendiéndonos y deslumbrándonos con su luz al abrir la puerta del último garito, obligándonos a entrecerrar los ojos.

Consumíamos las horas con aires trasnochadores y culturetas, en parajes como la cafetería del María Guerrero, en un sótano con un submundo de artistas sin pretensiones en aquel entonces, donde acudíamos para escuchar principalmente a un socarrón cantautor que nos hacía ver el mundo con la ironía crítica propia de un juglar, Javier Krahe, Dios le tenga en su gloria. Postrado junto a un micrófono, falto de movimiento y casi siempre con una copa en la mano y un cigarro. Oculto entre volutas de humo. A su lado sonaba un piano iluminado dentro de aquella oscura cueva clandestina.

Cine Doré. Filmoteca Española
Cine Doré. Filmoteca Española

Las noches de la Mandrágora, las actuaciones de Moncho Alpuente, el Gran Wyoming… Salíamos de allí totalmente inspirados para seguir nuestra particular romería por el barrio de Malasaña. Especialmente en el Baroja, en la calle Valverde, lugar de encuentro de aquella panda nueva de amigos, Alberto, Nacho, Valen, Lucho, Oscar, Isi, Sebas, Fer, Ana, Chape, el Chulo, Susi, Isa, José, Marta… donde nos esperábamos y buscábamos para seguir pasando las horas. También por aquel entonces frecuentaba la Filmoteca Española. De la mano de Luchini con su carnet de prensa que nos permitía entrar libremente. Muchas películas, muchas tardes en la sala del Cine Doré. Era un lugar celestial, de culto, no sólo por su propio cielo azulado que caía sobre nuestras cabezas en la sala donde se proyectaba el séptimo arte, sino también por todo el conocimiento y derroche de historias, anécdotas, con las que Lucho me dejaba boquiabierta y que eran imposibles de retener todas, pero si disfrutar escuchándolas.

Debo reconocer haberme quedado dormida en alguna que otra película, quizás Lucho diga que fueron más de alguna, encontrándome al despertar con los ojos comprensivos de mi acompañante que me observaba divertido y escuchaba mis pudorosas explicaciones sobre lo mucho que había madrugado ese día. Pido disculpas si se me escapó algún silbido agónico que rompiese la magia del momento.

Una etapa única, que nunca he podido dejar atrás, que no quiero olvidar, ni que me sea indiferente. Recuerdos inconfundibles, tal vez engrandecidos, no sé si compartidos, pero son mis propios y exclusivos maravillosos años. Llenos de ingenuidad, pureza, inexperiencia, de amistades nacientes y forasteras como si de un chiste se tratara, un italiano, un gallego, un extremeño, una talaverana, un alcarreño, un riojano, un vasco, unos cuantos madrileños y todos los allegados que quisieron ser acompañantes y testigos de esta etapa dorada e inolvidable, seguramente ensalzada y distorsionada por mi selectiva mente, que no recuerda más allá que la veneración a este grupo, Manjón Guinea y sus amigos, que son los míos y a los que como una gata silenciosa seguía deslumbrada, embelesada y encandilada por sus aires de rebeldía, anarquía y amistad.

Con tal de verte reír, querido hermano, será siempre nuestros propios retales del pasado y la memoria.

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