ESPAÑA SE QUEMA

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

España se quema bajo las llamas de la inflación

Por Manjón Guinea

Las tres de la tarde es para mí la hora del telediario. No las dos y media, ni las tres menos diez, ni esas horas tan raras y poco respetables a las que ahora intentan acostumbrarnos. Desde siempre, desde que era un niño y convivía con mis padres, la hora del telediario siempre ha sido las tres de la tarde. ¡Calla niño, que son las tres y empieza el telediario! Esa es la gran frase que resume todo. La exclamación que viene a decir que a partir de ahora hay que escuchar lo que está sucediendo en el país y en el mundo.

En estos días veo en la apertura inicial del noticiario la imagen en televisión de un intenso color rojo que cubre la denostada piel de toro de la península ibérica. El sol y sus abrasivos rayos han decidido arrojar toda su fuerza sobre la tierra en la que precisamente, siglos atrás, “nunca se ponía el sol”. Sagaz apreciación hecha por Francisco de Ugalde a Carlos I de España y V de Alemania, allá por el 1500 en adelante, y que después se le atribuiría a Felipe II. Seguro que alguno que otro, al oír esta frase hincha el pecho y se pone a cabalgar posando con figura ecuestre por las playas de Cádiz, emulando al Duce.

Pero volvamos al asunto. Ahora, a ese rojo intenso, a ese color que parece extraído de las mismas entrañas del refugio del diablo, se le han venido a unir, como soldaditos de infantería, los que aman el fuego sobre todas las cosas. Los incendiarios, los vengativos, los aprovechados en busca de negocio, los irresponsables, y como no los pirómanos. En definitiva, un cúmulo de personajes que ven en el mal y en el color rojo de las ascuas y amarillo de las llamas el reflejo de sus grandezas.

Incendio
España en llamas

Este elenco de personajes que van desde el tipo que busca obtener beneficios económicos por una posible recalificación del terreno después de haberlo abrasado, o por cobrar una póliza de seguros; hasta el tipo que decide convertirse en un incendiario y quemar el bosque como forma de represalia ante los vecinos o los ciudadanos más cercanos, pasando incluso por los trastornados por la piromanía, están quemando España. Han decidido convertir su lugar de vida en un desierto con la única intención de inflar su autoestima al ver lo que son capaces de hacer.

A lo largo de la Historia han ido surgiendo múltiples personajes que han dejado patente su adicción al fuego. Son los pirómanos famosos. Tipos a los que nos les ha respaldado ningún saber científico ni filosófico y que su única intención ha sido pasar a la Historia y vencer esa Damnatio memoriae, mediante la cual la antigua Roma, procedía a eliminar todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre. El fuego ha sido para ellos su salvación. La glorificación de su narcisismo y su egolatría frente a la postergación.

A la mente vuelve el recuerdo de Eróstrato como el pirómano más antiguo, responsable de la destrucción del templo de Artemisa de Éfeso, con la única intención de lograr la fama a cualquier precio. De la misma manera, otro de los grandes inútiles de la Historia en busca de fama y un placer enajenado fue Nerón. Autor de un enorme incendio que devastó gran parte de Roma mientras, el emperador, alegre, tocaba música desde su balcón contemplando como esto sucedía, e imaginando como iba a reconstruir la ciudad a su gusto tras culpar a los cristianos.

Ambos, no dejaban de ser dos trastornados psicológicamente hablando, que gozaban de sus actos deliberados, fascinados por el fuego y por las llamas, siendo el incendio la contemplación de su gran obra.

Sin embargo, los estudios e investigaciones de los agentes forestales indican que estos trastornados son responsables de tan solo un 3% o un 5% de los incendios forestales. El grave problema viene en el otro 95% restante que ha decidido llevar a España a las llamas por su irresponsabilidad, por sus intenciones económicas, y por sus pactos y réditos para que le conserven en el poder. Un porcentaje que es insuficiente para ser absoluto y que se ampara en una minoría simple de pactos y acuerdos periféricos y nacionalistas, tan inconsistentes como chantajistas. Un porcentaje que ya ha dejado de representar al ciudadano y que parece preocupado única y exclusivamente de auto representarse en el gran teatro que ha creado entre bastidores.

Es la grandeza de la autoafirmación por encima de cualquier cosa. Esa que lleva a decir que, si España se consume en llamas, si el calor es tan asfixiante que lleva a la crisis y a una disparatada inflación, lo que hay que hacer es quitarse la corbata, para ahorrar en el aire acondicionado. Desanudar el lazo y tirar de ella para que pase por el cuello duro de la camisa, con la misma facilidad con la que Nerón tocaba su lira y componía versos desde su balcón de columnas de mármol.

 

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