Eliot Weinberger, el visionario

Manjón Guinea
Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

Eliot Weinberger, autor de «Rastros Kármicos«, es sin duda alguna uno de los pensadores más lúcidos, eruditos e irónicos que existen hoy día. Pongo la mano en el fuego, si fuera preciso, al recomendarles este libro.

Por Manjón Guinea

Hay personas que por su inteligente serenidad y por su pausada erudición te cautivan y te enamoran, porque sabes desde el primer momento que escucharlos será una vía de enriquecimiento.

Recuerdo como hace ya más de veinte años tuve la gran oportunidad de entrevistar a Eliot Weinberger en el hotel NH Abascal de Madrid, cuando era editor del New York Times y acababa de publicar un libro titulado “Rastros Kármicos”. Llegué al hotel un poco apurado, con la hora rozando la impuntualidad. Es algo que no soporto ni para conmigo ni para deberlo yo con nadie. Al entrar al hotel, miré hacia un lado y hacia otro del hall, un tanto perdido, y fue él quien rápidamente se orientó por mi actitud de que el joven que accedía presuroso podía ser el periodista que le iba a entrevistar.

Estaba recostado en uno de los sillones y de manera apacible levantó la mano haciendo un gesto de complicidad hacia mí. Al percatarme de ello, me dirigí hacia él pidiendo disculpas en primer lugar por mi leve impuntualidad y en segundo lugar presentándome por si me hubiera equivocado de persona cuando debería haber sido al revés. Pero los nervios a veces traicionan el orden de los factores.

Me invitó a sentarme en otro de esos sillones rojos aterciopelados que recuerdan a la época de la posguerra y que estoy seguro de que hoy día ya no existirán en el vestíbulo de dicho hotel. Estaba tomando un té e inmediatamente llamó a la camarera para que me trajera una consumición, en mi caso un café con leche.

Nada más presentarme, antes de comenzar la entrevista de su libro, el filósofo – escritor desconocido para mí hasta ese momento y que tenía ante mí, rompió el hielo con una aseveración que me sorprendió.

  • ¡Ah, periodista en internet! La salvación de la literatura – me dijo
  • ¿Cómo? – respondí sorprendido, sobre todo teniendo en cuenta que se acababa de producir el pinchazo del boom de internet, como se produjo el del ladrillo poco antes.
  • Si, por el contrario de lo que se suele decir, Internet es la salvación de la literatura y de las opiniones críticas y no manipuladas. Uno de los usos principales de Internet es que sirve para personas con intereses especializados. Es una herramienta donde algunas personas pueden encontrar estos intereses. Por ejemplo, la poesía es uno ellos. Los lectores de poesía pueden comunicar en Internet de una forma inimaginable; disponen de un lector aquí, otro allá… En Estados Unidos, las webs de poesías tienen miles de visitantes. Es poesía vanguardista, pero es algo increíble. Cuando publico un ensayo, la gente que encuentro en la calle me comenta que lo ha leído; algo que no pasa cuando publico en una revista impresa muy conocida. Yo creo que Internet no va a reemplazar a los libros, pero va a ser su tabla de salvamento. Internet es una de las cosas más maravillosas para la literatura seria y verdaderamente comprometida.

Aquellas palabras del ensayista prácticamente desconocido para mí en ese momento me impactaron pues era capaz de atreverse a profetizar algo en el momento más duro de la aparición de las páginas web en internet, de periódicos y revistas literarias que eran cruelmente torpedeadas por la prensa en papel con intención de que se ahogaran en su dificultad para generar negocio y terminaran falleciendo.

Hoy en día quien no está en internet no existe, y todos esos grandes grupos mediáticos que entonces pretendieron asfixiar una revolución sin igual terminaron claudicando y uniéndose, como suele decirse, a su enemigo al ver que ya no podían detenerle.

Mientras saboreábamos lo que nuestras costumbres nos hicieron arraigar, él un té y yo un café, le pregunté en aquel entonces por la intervención de EE. UU. en Afganistán. Y con su voz calmada, pensativa, perfectamente hilada como un griego en la Academia ante su pupilo, me dijo literalmente:

  • Creo que fue un acto deliberado el confundir a Al Qaeda con el Gobierno de Afganistán, con los talibanes. Aunque el talibán fue terrible para la sociedad afgana, un desastre, no había justificación de bombardear a los campesinos de Afganistán bajo el pretexto de luchar contra Al Qaeda. Además, la lucha fue un fracaso. Nunca atraparon ni a Osama ni a los líderes de Al Qaeda y, sin embargo, ha habido miles de muertos campesinos, que evidentemente se ha silenciado. Por otra parte, habrá que ver si el nuevo Gobierno de Afganistán, impuesto por la Administración Bus, es mejor y si la situación en Afganistán mejora.
Eliot Weinberger y mujer afgana
Eliot Weinberger y mujer afgana

Ahora veinte años después, veo en la televisión que EE.UU. ha decidido retirarse del gobierno de Afganistán. Ha dicho que hace las maletas y se va. Ahí se quedan los que habían creído en una occidentalización del país. En una nación de progreso donde las mujeres pudieran tener las mismas oportunidades que el hombre, y donde no tuvieran que taparse el rostro con un burka humillante e indecoroso de la dignidad de la persona.

Pero en realidad, ¿a quién le importa? La intención de derrocar al régimen talibán no era otra que dar con los huesos de Osama Bin Laden, que en realidad se escondía en Pakistán, país supuestamente aliado de EE.UU. Paradojas de la vida.

Ahora, ¿qué sentido tiene para los occidentales apoyar a un gobierno de cabras y de montañas de arena seca y estéril? Allí lo único que hay es opio, no hay petróleo. Y además no hay que olvidar que los muyahidines en su momento fueron armados por los propios americanos para hacer frente a los herederos de la Unión Soviética, a Rusia.

A la mente me viene esa gran película donde el congresista Charlie Wilson impulsó la implicación de EEUU en la ayuda directa a los muyahidines, a través de la Operación Ciclón. El caso es que los muyahidines supusieron un grave fracaso a las aspiraciones de invasión de la Unión Soviética y por ende a la expansión del comunismo.

Ahora, dado caza el terrorista más sangriento de la historia, Bin Landen, que importa quien gobierne allí, si los muyahidines o los talibanes, ese grupo inicialmente de estudiantes islámicos que impone su control con la versión más severa de la ley islámica.

Ya no interesa estar allí. En esa tierra árida en la que los colaboradores del antiguo gobierno serán perseguidos y aniquilados como perros infieles y en donde las mujeres volverán a ser despreciadas. Donde tendrán que taparse el rostro si tienen la indecencia de salir en televisión y donde el burka volverá a ser su eterna cárcel…

He visto las imágenes de una pobre gente intentando salir por un embudo y quedando atrapada en las fauces de la bestia sabiendo que si permanecen allí no les queda otra salida que el degüello. Ahora veo… o mejor dicho, lo que ya no veo es el rostro de una bella mujer afgana como la de la fotografía, porque seguramente estará cruzada de cicatrices causadas por su propio bien. Por la inflexible doctrina de la religión.

Pero, como dice la canción de Alaska… ¿a quién le importa lo que yo diga, a quien le importa lo que yo haga?

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