No deja de sorprendernos esa obsesión por el poder absoluto de algunos malnacidos. El paroxismo de la fascinación por la criminalidad violenta y sexual. No hay otra manera más aberrante de demostrar la total superioridad de una persona sobre otra que disponiendo de su vida a su antojo y capricho. Matar a otro es una forma de auto concederse una especie de valor supraterrenal. Una sensación de ebriedad en estado sobrio que, a cualquier loco, le lleva a la idea de sentirse omnipotente. De sentirse Dios o, mejor dicho, el Diablo.
Uno puede matar motivado por una guerra en la que se vio involucrado aun sin quererlo, en un arrebato de ira por defender a alguien e incluso a consecuencia de un terrible error, pero el culmen del sadismo y de la perversión es lo que acabamos de descubrir gracias a la investigación abierta por la fiscalía italiana.

Un caso que nos trae de nuevo a la mente la tristemente famosa avenida de los francotiradores de Sarajevo, cuando la ciudad se encontraba sitiada por las milicias serbobosnias. Las idas y venidas aterrorizadas de personas que esquivaban las balas de los francotiradores que, desde las colinas, disparaban a los transeúntes. Civiles que no tenían más remedio que pasar por esa calle y exponerse a ser abatidos como conejos asustados.
Revolotean nuevamente en el recuerdo imágenes como aquellas en las que el escritor ruso Eduard Limónov, paseaba por las colinas de Sarajevo junto al líder serbo-bosnio Radovan Karadzic, mientras pasaban revista a las tropas e incluso se permitía disparar con una ametralladora sobre la población sitiada. Un individuo involucrado política y literariamente con el partido bolchevique y enfrentado con Putin y Medvédev, hasta el punto de llegar a ser encarcelado tras ser acusado de terrorismo, conspiración por la fuerza contra el orden constitucional y tráfico de armas.
Pero lo más sorprendente de todo es que ahora, como consecuencia de esa investigación de la fiscalía italiana la imagen no es la de unos militares cometiendo barbaridades, ni tan siquiera la de un escritor con afán de libertador; la imagen es la de «unas gentes de bien» que tienen entre sus divertimentos la caza humana.
No cabe en el rincón más perverso del cerebro un delirio donde uno se imagine como un empresario de Milán, propietario de una clínica estética privada, se despide un fin de semana de sus niños y de su familia porque ha decidido irse de turismo. Ha preparado todos los enseres para disfrutar de un fin de semana de ocio después de tanto estresante trabajo, y previo pago de cien mil euros, recaudados a base de estiramientos y liposucciones, ha tomado un vuelo de Trieste a Belgrado con la compañía aérea Aviogenex. No hay que preocuparse de nada porque todo está perfectamente organizado: el vuelo, el pasaje, el traslado y la cacería. Pero en esta ocasión no es una cacería de ciervos o jabalíes, sino que lo que se va a cazar son seres humanos. Cien mil euros cuesta el pack de safari turístico siempre y cuando se dé caza a un hombre o una mujer. Sin embargo, hay condicionantes que incrementan la tasa de dicha caza. En el caso de ser la presa un niño o una mujer embarazada la macabra diversión puede llegar a costar cuatrocientos mil euros. Una lista de precios que convierte todo este escenario mortal en algo siniestro y deleznable. En un deporte del terror y criminal al que solo tienen acceso los más ricos. Esas «gentes de bien», esos empresarios adinerados de una economía que convierte a la víctima en un trofeo.
La cuestión es que han pasado más de treinta años desde aquellos hechos y alguno de esos hijos de puta estarán ahora criando malvas, pudriéndose bajo alguna tumba de mármol travertino y ribetes de oro. Pero, quizá, lo más importante es que se descubra los nombres y apellidos de todos aquellos participantes en las macabras cacerías para que, al igual que los nazis en los juicios de Nuremberg, queden señalados para toda su infecta eternidad. Con nombres y apellidos. Todos y cada uno de aquellos enriquecidos villanos participantes de un safari humano, claro ejemplo de la degeneración monstruosa del ser humano.

Uno mira hacia al cine recuerda películas como The Most Dangerous Game (1932): basada en el cuento de Richard Connell, donde un cazador se convierte en presa en una isla, y donde otro hombre ha decidido que el juego más excitante es cazar humanos. O La Décima Víctima (1965): película de ciencia ficción italiana en la que un programa televisivo organiza una gran caza de humanos para entretenimiento y apuestas. E incluso si pasamos al plano literario podemos recordar, de manera más acertada, la novela The Hunt Club del escritor californiano Brett Battles, donde un grupo privado ofrece experiencias extremas a multimillonarios, entre ellas la caza humana.
Pues bien, hoy descubrimos que todo esto no es ficción, sino que algunos miserables, gracias a su falta de ética y su acopio de dinero, lo han convertido en una realidad. Ciudadanos corrientes, apasionados de las armas, que contrataban este servicio como un safari humano en la ciudad asediada de Sarajevo. Una denuncia de diecisiete páginas formulada por el escritor y periodista Ezio Gavazzeni y respaldada por el reputado exmagistrado Guido Salvini y la exalcaldesa de Sarajevo de 2021 a 2024, Benjamina Karic ha desempolvado todo ese horror. Y todo ello sustentado por el documental Sarajevo Safari, realizado por el esloveno Miran Zupanic.
Una denuncia que contiene, por lo visto, un listado de un centenar de «reputadas personas» o más bien de sanguinarios turistas cuyos nombres espero que queden perpetuados en la memoria de una macabra y vergonzosa historia.


