«Quo usque tándem abutere, Catilina, patientia nostra? ¿Hasta cuándo Catilina abusarás de nuestra paciencia?», fueron las palabras de Cicerón pronunciadas en una de sus famosas Catilinarias para indisponer al Senado contra el conjurador.

Ahora, gracias al libro de Luciano Canfora, Catilina, una revolución fallida, hemos podido constatar que, sin duda alguna, la historia la escriben los vencedores. Y en este caso el vencedor fue Marco Tulio Cicerón, inmortalizado en loas de Salustio, gracias a su libro Bellum Catilinae que, por otra parte, sirvió para intentar crear una leyenda negra sobre la persona de Catilina.
Salustio, portavoz costalero de Cicerón, un renegado que tiende a derribar sus propias convicciones según el autor del libro, retrató a Catilina como valiente, ambicioso y carismático, pero sobre todo como perverso, corrupto y de impudicia moral. Invenciones todas que hoy día tildaríamos de fakes o bulos, con la única intención de desprestigiar la enorme popularidad que había adquirido el político romano Lucio Sergio Catilina.
Podrán pasar los años, los siglos, los milenios, pero la política estará siempre embarrada por el mismo ansia de poder. En un momento de descontento y de una crisis de deuda que asolaba el Imperio Romano surge la figura de Catilina, tal como nos va desvelando en las páginas de libro Luciano Canfora. El político romano se erige en la voz de esos sectores marginalizados, sometidos y asfixiados frente a la corrupción de la élite romana. Es la imagen de una nueva forma de hacer política. En su programa tienen cabida las esperanzas de los jóvenes frente a un Senado viejo y caduco de posaderas asentadas en sus complacientes tronos. Jóvenes fascinados con una nueva concepción del gobierno como en el caso de Aulo Fulvio, que terminó siendo ajusticiado por su propio padre, un decadente senador, al convertirse en seguidor de Catilina.
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