Hay en la literatura rusa unos ejes temáticos ineludibles. Son como caracterizaciones perpetuas en la escritura de un país. Tatuajes que llevan en su historia literaria y que se perciben nada más empezar a leer como pueden ser los estilemas que caracterizan a cualquier escritor del mundo.

Tanto es así que ningún escritor ruso puede desligarse de esa moral cristiana de la iglesia ortodoxa, del temor divino y la vigilancia espiritual que merodea al hombre pequeño temeroso siempre de Dios. Un omnipresente telón que, tras descorrerse deja ver la descarnada realidad de una lucha perdida: la de la opresión del poderoso frente al débil. En momento pasado los Zares y la nobleza; o en un momento no tan lejano el poder totalitario del comunismo, del estalinismo con toda su crudeza. De una manera o de otra, campesino o proletario, el hombre humilde y pobre es siempre oprimido, sometido a un poder férreo y brutal hasta el punto de la persecución y la tortura.
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